Si querés ir rápido, andá solo y si querés ir lejos, trabajá en equipo
El experto en gestión de tiempo y finanzas estadounidense, Jim Roth, decía que “somos el promedio de las 5 personas que nos rodean”. Somos, para bien y para mal, quienes elegimos como entorno, el equipo. Sabiendo o presintiendo esto es complejo decidir quién nos acompaña, porque, además, nos obliga a ubicar el ego en otro lugar y llegar a una gran verdad: el desarrollo personal y profesional depende, entre otras variables, de las relaciones, los desafíos y el trabajo que hacemos con otros. En el fútbol, en los emprendimientos, en la vida.
Capacidad innata, conciencia y desarrollo infinito
Todos venimos al mundo con capacidades y a lo largo de nuestra vida podemos identificar que algunas están más desarrolladas que otras. Esas “cartas que nos repartió la vida” dependen de muchas variables, pero es así. A algunos les es más fácil gambetear. A otros hacer cálculos matemáticos. A algunos les es más sencillo vender una idea. A otros, construir un proyecto de negocio hasta el más mínimo detalle.
Saber quiénes somos y qué capacidades tenemos más desarrolladas requiere madurez. Sobre todo, por la decisión de potenciar las que no lo están del todo a tope. Y ahí entra en juego el entorno, el equipo, el grupo. En el profesionalismo, ya sea deportivo o en los emprendimientos, llega un momento donde es necesario momento de buscar a quienes pueden hacernos crecer, sabiendo que será complejo y, a la vez, clave para conseguir lo que queremos.
La mejora continua ocurre cuando nos aliamos con quienes tienen lo que nosotros no tenemos y necesitamos.
En el deporte puede ser un especialista en nutrición, un psicólogo deportivo o un kinesiólogo. En los emprendimientos puede ser un especialista en administración, en aspectos legales, en aspectos productivos, en marketing, etc. Se trata de identificar qué nos falta y buscar lo mejor de la inteligencia colectiva.
El estar “en equipo” puede mejorar el rendimiento individual. En un estudio de la Universidad de Stanford en Estados Unidos en 2014 demostraron que las personas que trabajaron en un fin común y en grupo eran 48% más perseverantes que las que lo hacen en soledad.
En esa investigación llamaron a 35 estudiantes de diferentes géneros y les presentaron la tarea de armar un rompecabezas en soledad. A algunos se les dijo que ese rompecabezas era parte de uno más grande que se completaba con la tarea de otras personas en simultáneo. A otros no se les dijo nada. Quienes se sabían parte de un equipo, más allá de no verse en vivo y en directo, demostraron un rendimiento superior a quienes creían que lo hacían solos.
Ya no sos igual y eso está bien
Existe una barrera cultural que nos impide desarrollarnos a partir de la grupalidad y lleva tensión a nuestros entornos, que, como las personas, siempre evolucionan. “Ya no sos el mismo de antes”, “Ya no sos igual”, son frases que podemos escuchar de quienes nos acompañaban en una etapa de nuestra vida y resisten el desarrollo al que apuntamos. Nos sugieren una traición a nuestra identidad, pero quienes somos nunca es estático. Cambiamos. Esa es la regla para todo.
Ya no somos los de antes. Somos lo de ahora en adelante. Porque la mejora continua también necesita claridad sobre cómo nuestro entorno, nuestro equipo, con sus conocimientos y energías, nos desafían y acompañan a conseguir lo que proyectamos. Esto no significa olvidar de donde venimos, sino madurar esa relación con el pasado.
Para alcanzar el profesionalismo, sea el ámbito que elijamos, y los objetivos más altos hay que sumar y hacer crecer aquello que no vino con “las cartas que nos repartieron”. Necesitamos disciplina, consciencia, comprensión, entrenamiento y el equipo que impulse el desarrollo. Un desarrollo sin límites.